Nada nos pide más mente flexible y actitud yóguica que el contexto hogareño, he dicho. Considero que lidiar con lo diario de la vida en pantuflas es tan meritorio como ser CEO de una empresa unicornio.
Por Tofu
Heme aquí en un nuevo hogar, en una nueva ciudad, en una nueva vida. Es todo tan intenso que siento que en los últimos dos años me he estado incubando y parido a mí misma. Todavía ando un poco puérpera, pero ya me le animo al sacaleche y salgo con mis amigas.
En este formato vuelvo a encontrarme nuevamente como jefa de una casa. No un departamento, no un alquiler temporario, una casa. Un espacio con su complejidad, con su historia, sus mañas y un sinnúmero de gremios que han pasado y pasan aún para ponerla a punto. Pero también confieso que entorpecen un poco la experiencia de habitarla.
Agota, más no reniego. Pienso mucho en que el día que parta el último, voy a tener que inventar nuevos arreglos o pormenores, porque los voy a extrañar. ¿Cómo se siente no sentirme expulsada de mi propia casa a diario? Ya no recuerdo. Por ejemplo, mientras escribo estas líneas soy interrumpida por el gremio eléctrico y tengo 3 pintores en el patio. Además, me whatsappeo en simultáneo con el de la casa de iluminación y la arquitecta.
Por suerte, mi mente se ha amansado en estos años y puedo entender que la impermanencia de una obra hace que todo sea más tolerable, que el macro me dice que si están es porque hay una casa y que tengo el lujo de poder arreglarla. Pero principalmente me lo tomo con soda, porque cuando hay otros asuntos más desafiantes, una relativiza la gravedad de descubrir que el azul de la fachada vira más a marino que a petróleo, aunque sea diseñadora gráfica y tenga una pantonera tatuada en la retina.
En este período en mi vida, en el que me encuentro frente a este inmueble sin mas ayuda que la de mi arquitecta, los consejos de familiares y amigos, pienso mucho en la heroína de Bajo el sol de la Toscana, una comedia pochoclerísima del 2000, con la que me siento profundamente identificada.
El escenario es así: una escritora norteamericana, recientemente divorciada, adquiere una villa en estado muy precario, en el medio de la Toscana. Suceden entonces situaciones completamente afines a mi realidad actual: su encuentro con los personajes locales, el choque cultural, un vínculo casi maternal con el equipo que restaura la propiedad, los avances lentos pero sostenidos, su deseo de llenar la casa de familia y amigos. Puede ser el sol de la Toscana, puede ser el de Varese.
Aprendizajes y novedad. Un mundo que abre espacio a toda una serie de situaciones completamente nuevas, que no serían posibles si ella se hubiese quedado en el molde, en su ciudad natal, donde todo es conocido. Una propiedad para habitar otra etapa de vida. Apropiarse de ese espacio y volverlo hogar. Desafío solo apto para una AMA de casa que encarna profundamente de su rol. ¿NY? ¿Mar del Plata? Cést la même chose.
Cuestión que si de gremios hablamos y ya volviendo a la realidad actual, tengo un par de anécdotas donde puedo afirmar que el yoga sí forma parte de mi vida diaria, mucho más allá del mat.
El herrero:
Resulta que encargué rejas. Simples. Netas. Quiero las rejas que pondrían los Eames en su maison californiana. Pero luego de 3 largos meses, el herrero me entregó rejas con “creaciones”. Sin preguntar. Apareció así muy fresco onda “pará, pará. Mirá lo que te hice”. Si: hizo lo que se le cantó. Decoró con olas las rejas de planta baja y con yoguis en la sala de yoga.
A la Tofu de hace 10 años, todavía apegada al virtuosismo virginiano de la FADU y de la idea de que las cosas deben ser como en mi mente y no como salen, le hubiese dado un ataque. Literal. Soy alguien que tiene bastante claro lo que quiere en términos estéticos. Pero 2022 es otro cantar. La mirada yóguica de la vida y los variados frentes con los que me encuentro en este momento, me llevan a una mirada más amorosa que Bauhaus.
“Mirá que amor, se tomó el tiempo de tirarme una onda extra porque pintó”, “es de buen augurio para mi casa que personas de afuera le pongan tanto amor” Decidí que me lo tomaba así y está buenísimo. Mies Van der Rohe, ¿guiensó? Me sacó una sonrisa el herrero. Mucha ternura.
Mis jardinerhoms:
Es curioso, porque mis dos jardineros de los últimos años son yoguis. No es si es algo que me pasa a mí o algo que sucede a diario. Quizás es el contacto con el verde, que habla de una sensibilidad superior al del resto de los mortales. La Madre Tierra, la Pacha, los 5 elementos… Ponele.
Uno es de corte más Kundalini, el otro es más bien ashtangi. Cuestión que los dos se toman muy en serio su trabajo y yo me los tomo muy en serio a ellos, aunque los dos siempre hicieron lo que se les canta. Se les notan los kilómetros de mat recorridos.
Mis chats son algo así:
-¿Cuándo venís?
-Avisame cuando estás y combinamos. Soy hijo del rigor.
Vienen cuando quieren, plantan lo que les parece. Son tremendamente austeros, me convocan a comprar menos, más pequeño y esperar que todo crezca. Su sentido del tiempo me interpela. No me queda otra que bajar mil cambios y observar temporada a temporada cómo van creciendo las plantas. El camino del medio.
Ser AMA de casa:
Cuestión que podemos tener un montón de sombreros, pero si habitamos una casa con cuerpo y alma y nos hacemos medianamente cargo, sumamos otro. ¿Por qué será que está tan vapuleado ser ama de casa? Como si fuese una tarea menor, vergonzosa, no meritoria. Confieso que me encanta ocuparme de mi casa. Me parece que es un sombrero muy honorífico y en la era del auto-amor, hacerse cargo de las 4 paredes que uno habita es tan importante como ser body positive o trabajar en vínculos sanos.
Todo aquel que haya conocido mis hogares, puede decir que les imprimo mi estilo y que les doy amor. De hecho: considero hogar a cualquier lugar donde pase más de 3 noches. Soy la que volviendo a la posada y dice “cuando lleguemos a casa”. Mis espacios incluyen siempre un canasto de frutas, objetitos comprados en la feria local para decorar momentáneamente, unas flores de centro de mesa y un cierto concepto del orden aunque sean vacaciones, seamos varios y nadie tenga ganas de trabajar.
Así, en este posteo, me declaro no ama, pero sí AMA de casa, emperatriz de mis cuatro paredes, creadora todopoderosa de hogares y experiencias de vida domésticas. Me auto-corono con el orgullo de estar reinando mi propio imperio doméstico. Me la banco. Me honra. Me lo merezco. Sean bienvenidos.
Siendo esta f*cking AMA de casa que elijo ser, no sólo me apropio de mi rol con orgullo, también aprendo a ser paciente, a ser más tolerante, a abrazar y valorar el input ajeno. Finalmente aprendo a flexibilizarme.
Y ahora los dejo porque si no salgo un rato de casa, saco la hidrolavadora y empiezo a atacar proveedores.