Una de las áreas en la que nos reprimimos con mucha efectividad es en nuestra muy natural curiosidad. A la mayoría de nosotrxs nos reprendían cuando éramos chicxs por preguntarlo todo. Quizás por eso hoy muchas veces nos conformamos con el primer argumento aunque no nos cierre. Nuestro adoctrinamiento en contra de la pregunta siguió en el ámbito académico: para ganarse el pase al próximo nivel, lo importante era que nadie se diera cuenta si no habías entendido algo. Por ende, cuanto menos demostraras que estabas con dudas… ¡mejor! Aprendimos colectivamente que quien más sabe es quien menos pregunta. Y eso es sencillamente una tontería. Pero aún así, nos arde la cara si tenemos que reconocer que hay algo que no entendimos.
Entrando en el modo investigador
Al modo investigador podríamos llamarlo mejor modo toddler y dejar fluir sin miedo esos 5 saludables “¿y por qué?” que nos dejan verdaderamente satisfeches (hey, si no es por la respuesta, es porque al menos sabemos que lo dejamos todo en el intento). El modo investigador es un modo que tenemos de nacimiento pero anulamos para encajar mejor en las expectativas que creemos que los demás tienen sobre nosotros.
Por supuesto que hay una postura feminista envuelta en esta cuestión: desde la antigua idea de que las mujeres no debían educarse porque eso les daría el hambre y la capacidad de cuestionar (que luego se transformaría en deseo de ser parte activa en la toma de las decisiones) hasta la noción más moderna de que es de “linda” no ser cuestionadora (¿eufemismo para “conflictiva”?). Y aunque hay una clara bajada de género, no hay género que se salve de ser señalado como “rubia tarada”, esta idea que inmortalizara localmente Sumo en una canción y luego en la vida real Susana Gimenez, particularmente cuando preguntó si los dinosaurios de una exhibición estaban vivos. Hay que decir que La Su consolidó el estereotipo con esta situación emblemática y quizás marcó a un par de generaciones (aunque si miramos el archivo, hay que reconocerle que se la bancó con total entereza, se declaró abiertamente naïf y supo retomar el momento infinitas veces con humor).
Y traigo el tema a colación precisamente porque este cliché está sentado sobre creencias tan normalizadas, que nos quitan libertad sin que nos percatemos de ello. Aunque nos podamos reír de ellas y negar su validez, siguen haciéndonos daño. Pese a todas las campañas para desestigmatizar a las rubias (y con ellas a todas las mujeres que quieran verse femeninas mientras hacen preguntas difíciles o cuestionan la verdad), pocas se animan a la gran Elle Woods. Y lo cierto es que es probable que, por más deconstrucción que estemos encarando como sociedad, la primera impresión al ver una mujer como Elle intentando ganar un argumento en la corte aún genere, en una gran parte de la población, sentimientos encontrados.
La verdad sobre las rubias
Para terminar de una vez por todas con esta discriminación que tiene consecuencias profundas, Jay L. Zagorsky de la Universidad de Ohio publicó una investigación en 2016 destinada a resolver la pregunta: Are blondes really dumb? (¿Son lxs rubixs realmente tontos?). Lo que me parece maravilloso del laburo que se tomó Jay, es que se animó a ir a fondo en una cuestión que seguramente para muches otres investigadores era una pregunta inútil (me baso en el hecho de que recién a alguien en 2016 se le ocurrió cuestionar científicamente esta creencia popular tan extendida). Y por cierto, no es para nada inútil la pregunta: Jay bien señala que esta creencia arraigada tiene consecuencias económicas para la población, al negarle a una gran parte el acceso a iguales oportunidades laborales, de formación o de poder, basándose en un prejuicio (principalmente afectando a mujeres rubias, pero el impacto lo siente el mundo entero al perderse de su contribución).
Jay se basa en un estudio longitudinal. Son estudios raros, porque se realizan a través de tests o encuestas al mismo grupo de gente durante varios años. En este caso, tomó The National Longitudinal Survey of Youth 1979 (NLSY79) porque era un cohorte grande, elegido en forma aleatoria, de personas que tenían 14 a 21 años en 1979 (young baby boomers), con el objetivo de analizar el impacto de la educación, el entrenamiento y las experiencias de vida en el desarrollo laboral. El estudio en ese momento seguía activo y llevaba 26 rondas de información. Lo peculiar, es que registraba datos antropomórficos, presumiblemente con el interés de verificar que las identidades de las personas no fuera alteradas (como variables de control). Pero estas variables le permitieron acceder al dato del color de pelo, junto al dato de IQ (inteligencia medida) de todo el grupo.
Los resultados demuestran que las diferencias de IQ entre colores de pelo no son extremadamente relevantes, pero que por pequeños márgenes las mujeres rubias de este estudio ¡son en verdad las más inteligentes en el grupo! Lo cual lleva al investigador a sumar una nueva pregunta: ¿Cuando tenías 14 años había libros y revistas en tu hogar a tu disposición? Y encontraron una correlación entre este dato y el mayor porcentaje de mujeres rubias con alto IQ. Por alguna razón, que los datos no pudieron explicar, tuvieron mejor acceso a libros y leyeron más. ¿Será que sus padres ya estaban intentando salvaguardarlas del feroz estereotipo discriminatorio? Eso Jay no se lo pregunta, pues los datos disponibles no le permiten acceder a la respuesta.
Preguntar para liberar
Ir a fondo con las preguntas puede ser liberador. Jay se pregunta si hay fundamento para esta creencia limitante y encuentra una forma de probarlo (analizando muchas tablas, lo cual fue sin duda arduo), liberando a toda una parte de la población del estigma infundado. En alguna medida similar a lo que el personaje Elle Woods hace en Legalmente Rubia, cuando pese a todas las barreras que le imponen por ser rubia, femenina y rosa hasta el hartazgo, ella investiga y resuelve el caso con una profundidad que nadie más a su alrededor pudo aplicar, liberando a la fit acusada. En ambos casos, tanto Jay como Elle, parten de similar premisa: asumir que la apariencia física o el género de un ser humano son un buen indicador de su inteligencia es una paparruchada. Nadie merece ser maltratadx o desoídx por no verse como Einstein a la hora de levantar la voz y cuestionar lo que sea.
Cuestionar y preguntar, libera. La pregunta entonces es ¿te estás permitiendo ir a fondo con las cosas que te incomodan, que no te cierran, que no entendés? Y más interesante aún: ¿qué habrá del otro lado del miedo a preguntar?
Mientras lo meditás, aquí te regalo una J.LO cuestionando a puro dorado glamour —para invocar cual estampita de billetera— la próxima vez que tengas que detener un comentario de índole patriarcal en relación a la blondez mental de cualquier ser humano.
Investigar puede ser una actividad muy placentera. ¿Alguna vez pensaste que investigar era un acto creativo? Es como un puzzle que vas armando hasta que se empieza a develar la figura escondida detrás de tanta información.
Investigar es ver lo que todo el mundo ha visto, y pensar lo que nadie más ha pensado.
Albert szent gyorgi
Te dejo una playlist curada especialmente con letras de canciones que animan esta reflexión, y que empieza con podcast del cual participé compartiendo mis ideas sobre lo que es la felicidad. ¿Por qué ahora? Porque es un ejemplo de cómo investigar un tema blandito (o sea, no tan científico) a través de entrevistas a referentes. Un modelo de investigación que podés tomar, pero que además seguramente te va a resonar escuchar. Lo conduce Martín Garabal y participan Santi Maratea, Valentín Muro, Sofi Morandi et moi.
Investigá más sobre esos temas que te gustan y seguro te encontrarás con muchísima magia que no sabías que existía: el mundo es muy amplio y hay muchas personas haciendo cosas maravillosas ¡esperando que las encuentres!
Fuentes:
El estudio de Jay L. Zagorsky para la Universidad de Ohio que prueba que las rubias no son taradas:
http://www.accessecon.com/Pubs/EB/2016/Volume36/EB-16-V36-I1-P42.pdf