A los veintidós años, Cheryl Strayed pensó que había perdido todo, a causa de la muerte de su madre y su matrimonio destruido. Cuatro años después, sin nada más que perder, tomó la decisión más impulsiva de su vida: sin experiencia ni entrenamiento, impulsada solo por su voluntad, caminaría más de mil millas en el Pacific Crest Trail, desde el desierto de Mojave a través de California y Oregon hasta el estado de Washington. Y lo haría sola.
¿Cuántas veces las experiencias que decidimos vivir dependen de que haya un otro a nuestro lado? ¿Por qué a veces se nos hace tan difícil experimentar nuestro placer y disfrute de forma solitaria?
Si hay algo que esta loca cuarentena nos trajo en bandeja es la posibilidad de estar solos y apreciar esos momentos en los que no supimos cómo o por qué hacer algo solos. ¿Para quién me visto hoy? ¿Para quién me depilo, tiño, pinto las uñas? ¿Para qué hago esto si nadie me ve? ¿Cómo me cocino las milanesas de mi mamá? ¿Si llega a entrar un murciélago a mi casa qué hago para no morir? Son preguntas que pueden haber cruzado por tu mente.
No a todos, porque a algunos nos tocó compartirla con pareja e hijos, y el problema en tal caso está invertido: el deseo de soledad ha alcanzado picos récord. También es una forma de identificar dónde nos sentimos más nosotrxs. ¿Qué no podés disfrutar si hay alguien que puede verte? ¿Qué cosas delegás en el otro que tendrías que haber enfrentado sola si esa persona no estuviera al lado tuyo? Ay qué miedo nos da esa pregunta.
Quizás es hora de encontrar respuestas. Algunas, las que podamos.
La experiencia de Cheryl está retratada en primer persona en su libro “Salvaje”. Y si todavía no la viste, te recomiendo “Wild” la película que hizo Reese Witherspoon sobre la vida de Cheryl.