Imaginate un mundo donde dejamos atrás, desapego mediante, todo eso que nos carga la mochila invisible que llevamos puesta hace décadas. ¿Será posible? ¡Re! Con pasitos de bebé y mucha auto-observación.
Escribe Tofu
Resulta que ayer tenía banda de cosas que hacer. De la casa, de mi gestión personal de vida, de trabajo. Entre ellas, escribir estas palabras. Mi parte eficiente hubiese dicho: “te levantás temprano, finiquitás lo que sea de compu y te queda el día libre”. Hubiese sido lo correcto en términos de eficiencia energética, ¿no?
Pues no, mis cielas. Porque mi mente necesitaba recrearse, pasar un par de horas en la naturaleza, sentir la temperatura del agua en los pies, tomar mates con una buena amiga, practicar yoga con el sonido del mar. Y ahí fui, siendo las 7:30 am y yo llegando a las playas del Sur. Volví al mediodía recién, atrasada con todo, con arena en los pies, los cachetes sonrosados, la perra agotada, pero cargada de energía para el resto del día.
Y no considero que este mecanismo tenga que ver con procastinar, que me falte Capri en la carta o que no sea responsable con mis obligaciones. Con los años aprendí que a veces para poder ser efectiva en el día a día, necesito desestructurar mi día y hacer las cosas en otro orden. Liberarme de la idea de cómo deben ser las cosas y hacer las cosas a mi manera.
No saben el peso que me saqué de encima cuando descubrí esto. Cuando entendí que era una forma de funcionar muy propia, aunque no encajara en la estructura del trabajador promedio. Y así como desenmascaré este mecanismo, esta forma de ser, lo fui haciendo con otras cosas. Les acerco mi lista de “pesos pesados” que fui sacando de mi mochila personal a lo largo de los años.
5 cargas para soltar:
1. La opinión ajena:
Estemmmm… La opinión pedida una se la banca, pero ¿qué hacemos con la opinión que llega gratis? Esa que juzga, muchas veces en tu cara pero otras en formato pasivo-agresivo. Este año tuve que escuchar las siguientes frases: ¿Viaja solita en avión la nena? ¿Te vas a dejar el pelo así? ¿Estás segura de que querés eso?
Podemos creer que somos libres y salvajes, que corremos con lobos, pero lo cierto es que formamos parte del entramado social. Y con esto es que somos vissstimas de una gran cantidad de reglas invisibles que conforman esta estructura que no dice cómo deberíamos ser y vivir la vida. Cuanto más distintas, individuales seamos, entonces más desafiamos estas reglas, más offside nos sentimos, más livianas vamos cuando construimos nuestra propia realidad.
2. La fachada de mostrarse feliz (todo el tiempo):
La idea de no mostrar vulnerabilidades es un hábito que cuesta destrabar, tanto en persona y en redes. ¿No les ha pasado que les preguntan cómo están como mera formalidad y responden “bien, gracias” cuando en el fondo mueren por dentro? Y si contasen cómo se están sintiendo… ¿la persona que preguntó querría verdaderamente escucharlo? No estamos chipeadas para tener estas conversaciones en la vida diaria.
Por suerte existe gente influyente que empieza a hablar de depresión, problemas de salud mental y otros derivados de momentos no felices pero muy reales de los ciclos de vida de todos los mortales.
Mostrarse no feliz, exponerlo, conversarlo, también habilita al otro a hacerse espacio para su propia crisis/tristeza/duelo/enojo. Lo libera, cual desabroche de botón del jean, de las formas “esperables”. Si yo evidencio mi estado real, entonces el otro queda liberado para hacer lo mismo. Porque la adversidad, la confusión y la tristeza son una parte inherente de nuestra condición humana. No existimos sin toda la pantonera de emociones.
3. El multitasking:
Acá voy a citar a Inés Bertón, la tea blender argentina que dio vuelta el mundo con sus mezclas de hebras prodogiosas. En una charla que dio hace unos cuantos años y tuve la suerte de presenciar, ella se definió como monotask. Me pareció hermoso, sobretodo porque yo y sé que unas cuantas miembros de esta tribu, me entiendo, me defino, me reconozco como multitasker serial.
Lo sencillo que sería el mundo ante mis ojos si yo pudiera sentir que vine al mundo a hacer una cosa concreta, no se los explico. Ante la duda histórica de ¿qué hacés? me encantaría poder responder: soy diseñadora o soy profesora de yoga o creo contenidos de valor o tengo una línea de productos de wellness. El tema es que en mi vida es un poco todo “Y”.
Me encantaría hacer menos, creo que la clave es poder hacer más de una actividad en la vida, pero confieso que en esta danza de las vocaciones múltiples, el resultado final pierde punch. ¿Qué vocación suplementaria (o no) estarían dispuestas a soltar? Yo siento que el diseño es transversal a mi vida, es una herramienta super útil, pero ya lo solté como salida laboral. Aprender a ir dejando atrás. Ahora les toca a ustedes.
4. La línea de tiempo:
¿Qué sería propio para la edad que tengo y qué no? ¿Importa? Annie Leibovitz, una de mis fotógrafas favoritas (y de la mitad de las celebrities de este mundo), fue madre a los 51. Yo aprendí a surfear a los 40 y conozco mujeres de más de 50 que van por el mismo camino. Conozco septuagenarias que tienen los brazos más firmes que jamás soñé y asisten sin excusas al gimnasio del barrio todos los días que abre.
“Si nos quedamos con la barrera del grupo etario, todo es limitación.”
¿Quién te dice hasta que edad podés usar jardineros, hacer fiestas con piñata o ilustrar tus agendas con letra globo y marcadores flúo? Cuestión que si nos corremos del manual de vida invisible, siempre es un buen momento para emprender, estudiar algo nuevo, enamorarse, adoptar una mascota o mudarse de país. Todo depende del motor interno y la energía vital disponible para ello.
5. La panza:
Aquí me precede “hermana, soltá la panza“, la campaña genial de Mujeres que no fueron tapa, que defiende la idea (al fin!) de que el cuerpo de bikini, es cualquier cuerpo que porte una bikini. Sin formatos, medidas, ideales; simplemente un cuerpo que llega a Diciembre. Pueden leer más en este posteo.
En mi reciente período de vida, di vuelta todo lo conocido. Pasaron cosas, se movieron otras, alguna dejaron de ser. Viajé mucho, tuve temas de salud de familiares, perdí rutina y control de mis días. En algún punto empecé a verme obligada a soltar todo aquello que no era vital. Así fue que fui dejando atrás mi obsesión de décadas con la perfección de mi cuerpo, si tenía un gramo más de grasa, si había perdido masa muscular, si estaba a la altura de mi propia vara exigente y poco amorosa conmigo misma.
Hoy, luego de un episodio de hernia de disco lumbar y en plena recuperación, me encuentro sin un gramo de masa muscular pero puedo comprobar que el cuerpo que quería tener hace algunos años, no es una preocupación. Que lo que más me importa es volver a tener un cuerpo fuerte para mandarme todas esas correrías que son bien propias de mi persona: deportes, viajes, caminatas extendidas y una práctica activa de yoga. La obsesión por el cuerpo me ocupa demasiado tiempo que ahora uso en otras cosas. Qué pereza. Bai.